Puede parecer una tarea sencilla, sin embargo, no es fácil sacudirnos de encima la presión social que nos obliga a ser activos. Como sostiene el filósofo Byung-Chul Han sólo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento. Por eso la inactividad se entiende como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. Incluso durante las vacaciones se espera de nosotros que realicemos “actividades de ocio”, no que simplemente disfrutemos de ser ociosos. Nadar, leer, hacer senderismo, viajar, descubrir nuevos sabores, fotografiar…¿somos capaces de simplemente no hacer nada? ¿Cuántos minutos resistimos? Ni meditar, ni practicar yoga, ni mirar series…Nada.
Parar, contemplar y no hacer. Eso que llamamos, a menudo de forma peyorativa, perder el tiempo, contemplar las musarañas, ha demostrado ser una herramienta poderosa para reducir el estrés. Al permitir que la mente descanse se reduce la producción de cortisol, la hormona del estrés, y al liberar la mente de tareas y responsabilidades se crea un espacio para que surjan nuevas ideas y perspectivas, lo que reduce los síntomas de ansiedad y depresión. Sólo por eso vale la pena empezar con esta práctica de no hacer, pero es que, además, permitir que la mente divague sin restricciones puede conducir a soluciones innovadoras y pensamientos creativos. Grandes inventores y artistas han encontrado inspiración durante momentos de ocio o contemplación. Al mismo tiempo, estos momentos de inactividad permiten reflexionar y procesar emociones, lo que contribuye a un mayor autoconocimiento y equilibrio emocional.
Hace tiempo que en los Países Bajos se habla de la práctica del Niksen, término que significa no hacer nada, en holandés y se insiste en lo saludable que resulta hacer una pausa para combatir la necesidad de ser productivo todo el tiempo. Anette Lavrijsen en su libro “Niksen”, recomienda no esperar al fin de semana o a las vacaciones de verano para empezar a no hacer nada, sino integrarlo poco a poco en nuestra rutina diaria. Podemos empezar con cinco minutos e irlo aumentando poco a poco hasta alcanzar la media hora, la hora completa e incluso una tarde entera.
Para los que os animéis, aquí os dejamos algunas propuestas para empezar con esta maravillosa práctica de no hacer nada.
- Sentarse unos minutos sin fijar la atención en nada. Dejar fluir. Intentar vivir el instante. Puede ayudar, las primeras veces, escuchar música y poco a poco llegar a prescindir de ella.
- Cerrar los ojos. Como en el caso anterior, podemos empezar escuchando música.
- Observar desde la ventana, el balcón, un banco en el parque.
- Contemplar la puesta del sol, disfrutar del espectáculo que nos ofrece la naturaleza y de dejarnos llevar por la belleza cambiante del momento.
- Contemplar la naturaleza, el movimiento de las hojas de los árboles, el paso de las nubes, el vaivén de las olas…
Montse Bovet, IDE